
Aquí ya no queda tiempo, porqué el viento se llevo el lago más eterno, ni las palomas en las terrazas observan nuestro gran premiado suelo. Las noches envasadas del recuerdo cotidiano y sangriento, de esas mañanas por tus alientos. Recorrer la montaña de la soledad, donde las gaviotas rozan con el bello sol de la siesta y las luciérnagas se apagaron de tanto hablar contra el viento; en las lluvias las hojas secas se entristecen con el calor de tu cuerpo ardiente y el soñar de los campos de cemento. Los matorrales del viento, la nutria con el anzuelo buscando por el suelo que el viento lleve tu recuerdo.
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